lunes, 8 de junio de 2009

Carabelas (aprete aquí)

Carabelas


Salí de la posada de Itaúnas recién salido el sol, rumbo a cruzar el límite entre Espírito Santo y Bahía, para llegar a una playa de pescadores que me habían recomendado. Lo primero que hice fue hablar con los guardaparques que se encontraban en la ruta que iba para Conceiçao da Barra, ahí después de charlar un poco estos nuevos amigos comenzaron a parar los autos, por lo que en menos de media hora ya estaba en camino. Me dejaron en la VR 101 en una estación de servicio en la que no pasaba nadie.

Luego de charlar con los pisteros se me ocurrió en visitar las empresas donde podían salir camiones, fui hasta una distribuidora de agua mineral metiéndome por unos caminos de tierra, ahí hablé con la gerente y con unos camioneros que me dijeron que en la tarde tal vez saliera alguno para el sur de Bahía. Pasé por otra distribuidora y hacía quince minutos había salido una carga para mi destino, pucha, tendría que haber venido antes, pero como uno no es adivino se olvida y sigue procurando. Luego de probar todas las posibilidades caminando bajo el sol abrazador del mediodía, una de las pisteras con la que entablé amistad me regaló una marmita de comida caliente, que fue bienvenida por mi estómago vacío hasta ese momento. Cuando estaba comiendo llegó una ambulancia, y el chofer paró a comer, la matrícula decía Caravelas, por lo que luego de que terminara de comer me acerqué a preguntarle. “Desculpe cara eu sou Uruguaio, jornalista (periodista) e estou trabalhando com meio ambiente no litoral de Espírito Santo, agora estou indo pra Caravelas, voçe nao ta indo pra lá” Medio tímido me dijo que en un rato saldría, por lo que a los diez minutos estaba de copiloto de ambulancia rumbo a mi destino.

Increíblemente conocía a Ze Geraldo, amigo de Militao que me recibiría en su casa. Llegué al aserradero donde trabajaba Ze Geraldo, que quedaba al lado de su casa, y le expliqué que Militao me había dicho que eran bastante amigos, y que tal vez me pudiera quedar en su casa, así que amablemente me dio un cuarto enorme con un colchón en el suelo. El primer día, luego de descansar un rato me fui a la playa que quedaba a 2 km. La playa tenía el sello bahiano, con sus enorme cocoteros y sus aguas celestes reflejando el cielo, los paradores estaban casi todos cerrados y la playa estaba casi desierta, por lo que atiné a caminar, tomando algún baño de a rato.



En un momento me encontrè con casi una decena de pescadores tirando de las redes y como me he dado cuenta que la forma de hacer amigos es trabajando codo a codo, les pedí para ayudar. Entran dos pescadores en bote al agua y a 300 metros tiran la red, el resto de los pescadores (20 aprox) desde la orilla tiran de cada punta de la red con cuerdas, asegurándola sobre los hombros. Lo cierto fue que me emocioné, y como la red se tiró varias veces terminé con varias ampollas en las manos, más los cortes que me causaron las escamas de los peces cuando los sacaba de la red y la tenaza de un cangrejo enfurecido que me abrió un dedo.



Cuando se terminó la pesca, se tiró todo el pescado a la arena y se fueron haciendo montoncitos en la arena, Fabio, pescador gordo y grande, me dijo que si quería pescado me correspondía, le respondí que no me interesaba llevarme pescado, que prefería que alguno me invitara a comer a su casa. Fabio se alegró y me dijo “vocé ta convidado pra minha casa”. No me dejaron irme con la manos vacías por lo que cada uno me dio un poco de su montón, para que me llevara una bolsa llena de pescados. Ahí nos fuimos caminando varios pescadores rumbo al pueblo y en eso salía alguna veterana ama de casa preguntando que llevaban, si le gustaba lo que veía le compraba media bolsa a dos reales. Luego de estar una horita en el bar tomando unas cuantas cervezas, ya que los pescadores se caracterizan en general por entrarle con ganas al caliborato, enfilamos medio curvilíneos, a la casa de Fabio, donde nos comimos unos pescados fritos, con una buena feijoada como no podía ser de otra manera. Entre la madre y la hermana menor nos limpiaron todo el pescado, ya que se da algo que es casi una fija, que los hombres pescan y las mujeres limpian el pescado, entre los caboclos ha sido así desde que se tiene memoria.



Al otro día volví a pescar, pero esta vez a hacer la jornada completa desde las seis de la mañana. Dos de los pescadores más jóvenes se subieron a los cocoteros con una agilidad de primates, arrancaron a lanzar cocos al suelo, por lo que el desayuno fue viendo salir el sol, pulpa de coco y agua de coco. Esa mañana no se sacaron tantos peces como el día anterior, pero fue igual de entretenido con un sol que rajaba la piel, y con una cachaça en botella de plástico de medio litro que pasaba de mano en mano.

Esa noche me quedé jugando al dominó, y al fútbol en la calle con amigos de la pesca, así que se me fue la hora, por lo que llegué a la casa de Geraldo a las diez y me había dejado afuera, el salía y si estaba adentro me quedaba adentro y si estaba afuera, quedaba en la calle. Toqué un par de veces y como no me quería ganar el odio de nadie, enfilé de nuevo para el barrio bajo, hablé con Elías amigo de la pesca y me quedé en su humilde casa. Me sentí como en familia, estaba en una casa humilde llena de niños, gallinas, gatos, perros, cocoteros, donde todos los días había una comidita caliente y más importante aun, alguien con quién compartirla. Te hacían sentir como un huésped de lujo, por eso al otro día que me levanté fui a buscar las cosas y me mudé por unos días a la casa de Elías, que a diferencia de donde estaba antes, donde era bienvenido entre comillas, pasé a estar con una familia dulce y bondadosa.

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