martes, 18 de agosto de 2009

Como vivir a 40º bajo cero: Los Inuiit y Claude Sirois


Hace tiempo que me vengo interesando por la vida de los seres humanos que viven en condiciones extremas, o fuera de los "avances" que nos trae el comfort de la sociedad "moderna". Ya en este último viaje por las rutas de Brasil, busqué encontrarme con la historia no escrita, la de esas tribus o personas que elijen otra manera de vivir a la que nos presenta la civilización y su idea del progreso.


Particularmente viajo con las historias de personas que son capaces de despojarse de una carga material, cultural, sentimental para adentrarse en un conocimiento propio del mundo, mucho más cercano y esencial.

Uno de los primeros libros que leí al respecto, "Into the wild" o "Hacia rutas salvajes" es la historia de Alexander Supertramp, escrito por Jon Krakauer. Supertramp fue un tipo que cuando terminó sus estudios decidió enterrar sus pertenencias y su dinero, para encontrar un lugar en el que se encontrara vivo, intenso cada día. Fue así que luego de deambular por carreteras, por pueblos perdidos en el medio del desierto, emprendió camino hacia Alaska. Fue aquí donde comenzó a vivir lo que tal vez el consideraba su destino. Luego de dos años que comenzara esa travesía, su cuerpo, junto a su diario fueron encontrado en un omnibus abandonado. Salieron luego las valoraciones morales luego de que se conociera su historia, lo cierto es que la intensidad con la que vivió, deslumbra y cuestiona un modo de vivir que por ser tomado como "normal" no lo cuestionamos. Quién quiera conocer su historia solo tiene que pedirme el libro prestado.






Ahora les voy a hablar de la historia de alguien que me conmovió estos últimos días y que da título al artículo. Inuiit significa "hombre de la tierra", a diferencia de Esquimal que significa "comedor de carne cruda" y es como prefieren ser llamados los nativos de la isla de Baffin al Nordeste de Canadá. Estos nativos descienden de asiáticos de la Siberia que atravesaron el estrecho de Bering hace varios siglos.

Cómo me llegó la historia que les voy a continuar relatando parece obra del destino o de una intención divina. Estando en la productora me dicen que va a venir un antropólogo que estuvo viviendo con los esquimales en Alaska, ahí como cachorro paré la oreja.

- LO QUE??
- Si estuvo viviendo un tiempo con los esquimales y está viendo para hacer un documental, mirá acá está el libro.
- Me lo llevo ta?

Me devoré el libro en pocos días, en cada página se me volaba la mente a territorios blancos, de climas imposiblemente gélidos, donde los seres humanos viven el día a día en una lógica de supervivencia, donde cada uno cumple el rol que desea en la vida grupal.



Claude comenzó esta travesía en 1970 aproximadamente, cuando se recibió de antropólogo. Lo llamaron para preguntarle si estaba interesado en irse junto a otros ocho antropólogos a vivir con los últimos de los Inuiit a la Isla de Baffin (la quinta isla más grande del mundo), fue un lunes, le dijeron que si quería debía hacer un test médico el martes y si todo andaba bien el jueves se iría, así que sin mucho tiempo para pensar, tomó la decisión más importante de su vida.




En dicha isla cerquita del Polo Norte la temperatura promedio es de 35º a 40º bajo cero, y puede llegar hasta los 55º bajo cero. El invierno es de cuatro meses de oscuridad casi total, aunque es más clara que nuestra noche. El verano es de cuatro meses de claridad, aunque un poquito más oscuro que nuestro día radiante. Luego hay dos meses de primavera y dos meses de otoño similares a los nuestros. El gobierno de Canadá llevaría adelante un plan para darles casas y trabajos en minas, para aumentar su esperanza de vida que era de 35 a 40 años. Esta ingenua decisión de "civilizar", implicaba entre otras cosas, hacer sedentaria a una tribu nómade, lo que lentamente haría desaparecer su cultura ancestral.




De esos nueve antropólogos que fueron a convivir con los Inuiit, solo regresaron cinco, dos de ellos cayeron en una grieta y fueron comidos por la nieve, uno se suicidó en uno de los largos inviernos, y otro murió peleando con un oso polar. De los cinco que quedaron, solo Claude decidió quedarse, siete años estaría viviendo como Inuiit. En su libro relata varios aspectos de esta sociedad.

Allí no existen nombres femeninos, ni masculinos, con tanta ropa las personas se diferencian en su sexo, porque unos llevan trenza y otras moño, cada persona tiene la opción de elegir cual va ser su sexo a lo largo de su vida, y su elección es respetada y tomada por natural, así el hombre que desee llevar moño y ser mujer puede serlo aunque lo será por el resto de su vida, lo mismo la mujer que desee ser hombre.

Ellos consideran que una de las almas que tiene la persona es la de su nombre, porque ese nombre tiene el espíritu de a quién perteneció antes, por lo que debemos hacer honor a ese nombre e incorporar la personalidad del nombre a nuestra vida.

Los Inuiit fabrican todos sus utensilios y vestimenta con lo que sacan de los animales. Tienen un cuchillo de marfil, extraído de los dientes de las morsas, botas de foca, según la estación usan cueros de oso polar o de caribú. Generalmente las encargadas de limpiar las pieles son las mujeres, aunque se respeta si una mujer tiene la fuerza para ser cazadora, así como si un hombre desea trabajar sobre los cueros. Para limpiarlos usan una especie de cuchillo en forma de abanico, luego para ablandarla y terminar de sacarle la carne y el pelaje se mastica el cuero.







En invierno casi no salen del Iglú, solo sale quién esté encargado de cazar, el resto de la familia se queda adentro. El iglú por su forma conserva un calor dentro en la parte superior que es donde se duerme de 18 hasta 20º por lo que se puede hasta dormir desnudo según me contaba Claude.




En verano aprovechan para visitar a amigos, hacen grande reuniones, cantan y bailan. Aprovechan para hacer juegos, uno de ellos resulta de ponerse dos mujeres enfrentadas y comienzan a imitar los ruidos del ambiente, termina cuando una de las dos se ríe. También realizan esculturas en piedra jabón, aunque ellos no se consideran artistas, ellos creen que la forma que va a tomar ya está dentro de la roca y ellos solo le sacan lo que la recubre.




En la primavera y otoño se dan los cielos más hermosos que el ojo puede ver con auroras boreales que tiñen la boveda de colores surreales.




No todo se perdió, algunos de los Inuiit entendieron, que su manera de vivir, no era la que le habían impuesto, sino la que sus ancestros les habían heredado, que lentamente habían perdido la sabiduría y la felicidad que les traía aquel modo de vivir, que se habían hecho frágiles y enfermizos. Así que decidieron volver a sus costumbres, logrando confluir esas dos sabidurías que le dió el tiempo, ya que ahora cuando no pueden cazar ni vivir como nómades, por la vejez y el deterioro físico, tienen la posibilidad de ir al pueblo y vivir muchos años.

Por fin en ese viaje al que su libro me transportó conocí a Claude, un tipo sensible con una paz espiritual que se sentía al conocerlo. Charlamos, y a mis mil dudas, me respondía con franqueza y profundidad. Publicó hace un tiempo su libro y esto dice en el prólogo:

"Durante 15 años o más, en Montevideo, mis notas relativas a mis aventuras en el mundo de los inuit dormían en un cofre. No me animaba a leerlos, ya que era algo que continuaba afectándome y emocionándome. Raras veces y en forma vaga hablaba de ese período de mi vida. Se dice, sin embargo, que cada uno debe contribuir al conocimiento universal, como lo hacíamos en aquel mundo perdido".

Le pregunté primero como hizo para aguantar y el me daba un ejemplo de como los Inuiit conllevan la soledad. "Me ayudó mucho la terapia del llanto cuando se tiene ganas de llorar, se llora y todos los que se encuentran lloran contigo, luego cuando ríes, todos ríen contigo". Ayudó según Claude algo que el descubriría luego haciendo profundas investigaciones sobre sus vidas anteriores. Nos contaba que en una vida anterior fue monje en la edad media, y pasaba horas meditando recluído. En otra vida en el siglo XIX vivía en la Siberia y era leñador, por lo que pasaba horas en el bosque cortando madera, para subsistir.

Luego de una mágica tarde nos despedimos con Caíto de Claude con un caluroso abrazo, quedamos que lo iríamos a visitar a su casa de la Floresta, donde vive actualmente, para cocinar algo, charlar, caminar, regresar a las raíces, y charlar sobre ese documental que está escrito en el futuro.


Interesante artículo escrito El país por Gabriela Vaz al respecto.
http://www.elpais.com.uy/Suple/DS/09/01/11/sds_392005.asp

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