domingo, 17 de mayo de 2009

San Mateus, Itaúnas


Después de salir de Regencia en un auto con los pastores de una iglesia evangélica, llegué nuevamente a Linhares, aquí como me había comunicado con Militao me espero en la VR 101 ruta en la que llegaría a mi próximo destino Itaúnas. Cómo todos conocen a Miltao al verlo en la ribera de la ruta paraban para ver a donde iba, con uno de estos que paró me embarqué. Era un camión que tranportaba cadaveres de asesinatos, o muerto en tiroteos, o cualquier cuerpo que debiera estudiar el forense para esclarecer algún caso, me resultó curioso que me dijera que muchas veces cuando mueren en tiroteos policías y criminales, van en el mismo camión a ser estudiados.


Me dirigía a San Mateus para luego salir de la 101 para llegar a Conceiçao da Barra, para luego llegar a Itaúnas que ya es ruta de tierra. Cuando llegué a San Mateus comenzé a hacer lo que siempre hago apenas llego a algúna ciudad o pueblo, encontrar un lugar seguro para dejar las mochilas por unas horas hasta que encuentre a la persona que busco o un lugar para quedarme. En San Mateus me dirigí al cementerio para encontrar a Piau, amigo de Militao, mestre de capoeira y enterrador. Frente al cementerio encontré estas hermosas ruinas.




Pregunté por todos lados encontré su casa charlè un rato con él en el puerto que en otra época fuera uno de los más grandes de tráfico de esclavos, sobre la historia, de las grandes batallas que se habían desatado entre los portugueses, los indios botocudos y más tarde los esclavos.





Me invitó a quedarme en su casa, que era muy humilde, pero me podía hacer un espacio, como tenía ganas de llegar a Itaúnas rechazé la invitación y seguí camino, pasé por la panadería donde me convidaron con un toddy y unos sandwiches calientes, que me vinieron al pelo. Agarré la mochila y emprendí caminata, hasta algún lugar donde pudiera agarrar viaje, como no pasaba nadie por la estación de servicio, emprendí caminata. El calor debería estar cerca de los 40 grados, y la mochila parecía cargada de ladrillos. Me dijeron que la estación del ómnibus (barato porque era dentro del mismo municipio) estaba a 500 metros, distancias que en las que nunca deben confiar ya que los brasileños en general tienen una visión un poco distorsionada de la distancia. Lo cierto es que era como kilómetro y medio, lo que con la mochila pareció una legua.

Llegué a la estación empapado en sudor, y muerto de calor, tomé un ómnibus para Conceiçao da Barra para luego llegar a Itaúnas, esta zona está sumamente forestada por eucaliptos por lo que el camino se dio en su mayoría entre bosque. Cuando estamos llegando a la terminal para luego hacer una conexión para Itaúnas veo dos personas con un mate y un termo abajo del brazo, estuve a punto de tirarme de cabeza por la ventana, ya que hacía dos meses que no tomaba un mate. Pregunté y estábamos muy lejs de la terminal para bajar. Llegué a la terminal ya cerca del atardecer y aproximándose una nube negra por el oeste, ahí me informaron que no había ómnibus, por lo que casi sin pensarlo agarré el mismo omnibus que me trajo y le pedí que me dejara en la entrada al camino para dicha playa.

En la entrada del camino, comencé a hacer dedo pero no entraba nadie, la situación se puso compleja cuando las nubes negras comenzaron a escupir sus primeros gotones y llegó otro mochilero. Cuando el diluvio era inminente, pasó Mono Araña un conocido personaje de la zona. En su fuca aromatizado sabor marihuana, con la lluvia y el olor a tierra mojada que entraba por las ventanas hicimos ese trecho. Cuando llegué a Itaúnas cayendo la tarde y con lluvia parecía un pueblo fantasma, no había nadie en la calle, me dediqué a preguntar por Carlinhos Cabezón que era un amigo de Miltao. Cuando llegué a su casa, el y su esposa me dieron una habitación en su posada que estaba vacía, luego se encerraron en su casa y no los vi hasta el día siguiente. Esa noche me sentí muy solo, en un pueblo casi fantasma, en una posada vacía, cené solo y mal, diga que por suerte apareció una lagartija rosada que acompañó un poco

Al otro día salí a caminar bien temprano en dirección la playa, que para llegar hay que atravesar dunas inmensas, y a estas alturas del año está casi completamente solitaria, caminé varios kilómetros y solo vi una persona que pasó trotando.



Esta es una foto en verano, para que vean lo que es la playa. La tomé prestada.



A la vuelta me encontré con tres inglesas con las que hicimos amistad, nos pusimos a conversar y como comenzó a llover nos quedamos jugando shithead (juego de cartas, al que todavía no le saco la gracia). Luego volvimos al pueblo y vi a las dos personas que el día anterior tenían el mate. Eran uruguayos de Parque Batlle, Paola y el Laucha (yo pensaba que había uno solo). Resultó que se quedaron en la posada que yo estaba, porque sacaron un buen precio, tarde con mate, noche con guiso y charla uruguaya me dieron ánimo en seguida, es que parecía que siempre que pasaba un mal rato, pasaba algo que me renovaba las energías para seguir, como si el universo deseara que yo continuara con la travesía. Esa noche fuimos a las dunas a ver las estrellas con ellos y con Leo (el mochilero vitoriense que había entrado conmigo al pueblo), fue una noche increíble, porque en vez de ver las estrellas vimos bajo el quincho de un bar de playa resguardados del agua y los rayos, una tormenta eléctrica que atacó con furia al mar. Cuando todo paró volvimos al pueblo, ahí me despedí de los tres ya que si no llovía mucho saldría bien temprano a la ruta de nuevo, rumbo a alguna playita en el sur de Bahía.
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